viernes, 30 de diciembre de 2011

Cuento Breve: El Hada Danzarina


Aquella noche, Efraín Valbaler  se dispuso a morir. A sus noventa años, la vida se había convertido en una carga que ya no deseaba sostener más tiempo. Se sentía cansado. Hacía mucho que la salud lo había abandonado. Sufría de incontables achaques. Su vista ya no funcionaba bien, sus piernas apenas aguantaban un par de pasos y los huesos le dolían la mayor parte del tiempo. Impedido de leer, de caminar, de perderse una noche de lluvia en el amplio valle ¿Qué sentido tenía su existencia?

Ahora, sentado frente al calor de la chimenea, en una amplia habitación sumida en una agradable semi penumbra, recordaba su pasado, que se desplegaba en su mente con asombrosa claridad. El olor a madera quemada lo hacía sentirse sereno, pues le recordaba las largas jornadas al descampado, con la única compañía de una fogata.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Cuento Breve: El Dios Dormido


Se puso de pie con tanta violencia que botó un vaso de jugo que se encontraba junto al sillón. Corrió presuroso hacia la puerta del departamento. Bajó las escaleras hasta llegar al primer piso y salió a la calle.

Aquel era uno de los días más calurosos de todo el año. El aire, tibio y enrarecido, le hacía difícil respirar. Sus oídos y nariz sangraban profusamente. A su alrededor todo era caos. Muchas personas, la mayoría, se encontraban tiradas en el suelo, inconscientes algunas, otras en estado de shock. Muy cerca de él una mujer mayor yacía sin vida, con los ojos muy abiertos, sangrantes.

Lo había escuchado con claridad, a pesar de que tenía los audífonos puestos y su mp3 a todo volumen. Aquello había sido una especie de bramido, algo que jamás había escuchado en su vida, tan intenso y penetrante que había estado seguro que sus tímpanos explotarían. Pero no había sido solo eso. Aquel sonido parecía haber afectado cada aspecto de su metabolismo. Se sentía mareado, confundido. La cabeza comenzaba a dolerle.

domingo, 30 de octubre de 2011

Cuento Breve: El que sonríe en la Oscuridad


No era la primera vez que se reunían a medianoche en el cementerio. Por lo menos una vez al mes solían cobijarse en el opresivo silencio de las sepulturas, pálidas a la luz de la luna, silenciosas, guardando los secretos de innumerables existencias que ya no eran más que un recuerdo adormecido bajo el velo de la muerte.

Eran cinco muchachos, muy jóvenes. El mayor no tenía más de dieciséis años. Habían hecho de la oscuridad su refugio y su grito de protesta ante un mundo que no les otorgaba ninguna esperanza. Sus vestimentas eran negras, al igual que la noche que parecía tragarse cada pedazo de realidad. Caminaban muy pegados los unos a los otros. Sentir miedo era parte de su juego.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Cuento Breve: La Sombra


Cerró los ojos, esperando que su silueta se hubiera desvanecido, pero cuando volvió a mirar él seguía ahí, en medio de las sombras de su dormitorio; en un rincón junto a la pared. La noche era oscura. Incluso la luna parecía haberse escondido, contagiada de sus temores.

Era idéntico a si mismo, excepto por sus ojos: ojos negros como un abismo; un pozo sin fondo donde se veía reflejado. Trató de llamar a sus padres pero con horror se dio cuenta de que no era capaz. El miedo se aferraba a su garganta, desgarrando su voz en un hilo colmado de angustia.

Volvió a cerrar los ojos pero esta vez no los abrió. Se dejó embriagar por aquella falsa oscuridad, pobre remedo de la otra, la real,  que se apretujaba a su alrededor como los contornos de cientos de fantasmas, envidiosos de su vitalidad, de su calor.

jueves, 18 de agosto de 2011

Cuento: Aniuta, de Antón Chéjov


Por la peor habitación del detestable Hotel Lisboa paseábase infatigablemente el estudiante de tercer año de Medicina, Stepan Klochkov. Al par que paseaba, estudiaba en voz alta. Como llevaba largas horas entregado al doble ejercicio, tenía la garganta seca y la frente cubierta de sudor.

Junto a la ventana, cuyos cristales empañaba la nieve congelada, estaba sentada en una silla, cosiendo una camisa de hombre, Aniuta, morenilla de unos veinticinco años, muy delgada, muy pálida, de dulces ojos grises.

En el reloj del corredor sonaron, catarrosas, las dos de la tarde; pero la habitación no estaba aún arreglada. La cama hallábase deshecha, y se veían, esparcidos por el aposento, libros y ropas. En un rincón había un lavabo nada limpio, lleno de agua enjabonada.

viernes, 12 de agosto de 2011

Poe según Borges


Detrás de Poe, (como detrás de Swift, de Carlyle, de Almafuerte) hay una neurosis. Interpretar su obra en función de esa anomalía puede ser abusivo o legítimo. Es abusivo cuando se alega la neurosis para invalidar o negar la obra; es legítimo cuando se busca en la neurosis un medio para entender su génesis. Arthur Schopenhauer ha escrito que no hay circunstancia de nuestra vida que no sea voluntaria; en la neurosis, como en otras desdichas, podemos ver un artificio del individuo para lograr un fin. La neurosis de Poe le habría servido para renovar el cuento fantástico, para multiplicar las formas literarias del horror. También cabría decir que Poe sacrificó la vida a la obra, el destino mortal al destino póstumo. 

martes, 2 de agosto de 2011

Cuento: La Trama, de Jorge Luis Borges


¿Acaso los hombres no somos más que una figura arquetípica que muere y vuelve a nacer una y otra vez?

Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.

Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.

Fuente: Ciudad Seva

martes, 19 de julio de 2011

Cuento Breve: Los Niños Grises



De repente se sentía desorientado. El niño miró a su alrededor, buscando alguna respuesta, mas solo vio humo y edificios destruidos.

Era incapaz de recordar algo, incluso como había llegado a ese lugar.

El extraño hombre lo llevaba de la mano. A su alrededor se apretujaban otros niños, demasiados para contarlos, todos de edades similares a la suya. Se veían tristes, opacos. Sus ojos parecían extraviados en el caos que los rodeaba.

—No mires atrás, pequeño —le dijo el extraño hombre. Su voz trató de ser dulce, pero había algo en ella que la hacía lúgubre.

Se fijó en él. Iba completamente vestido de negro. Un largo abrigo le cubría el cuerpo hasta las rodillas. Traía las manos enguantadas y un sombrero de copa. En la mano izquierda llevaba un paraguas, con el que se cubría la cabeza, aunque no llovía. Su rostro era tan blanco como la nieve.

jueves, 26 de mayo de 2011

Buda: Sobre la Impermanencia


"Sabed que todas las cosas son como esto:
un espejismo, un castillo de nubes,
un sueño, una aparición,
sin esencia, pero con cualidades que pueden verse."

"Sabed que todas las cosas son como esto:
como la luna en un cielo brillante
en algún lago transparente reflejada,
aunque a ese lago la luna nunca se ha desplazado."
"Sabed que todas las cosas son como esto:
como un eco que deriva
de música, sonidos y llanto,
y sin embargo en ese eco no hay melodía."
"Sabed que todas las cosas son como esto:
como un mago que crea ilusiones
de caballos, bueyes, carros y otras cosas,
nada es lo que aparenta ser."

Fuente: El Libro Tibetano de la Vida y de la Muerte, Sogyal Rimpoche

miércoles, 25 de mayo de 2011

Cuento: El Horla, Guy de Maupassant


Si hay un autor que se tiene ganado un espacio entre los grandes de la literatura, ese es Guy de Maupassant (Francia, 1850-1893). No por nada lo han puesto a la altura de Edgar Allan Poe y Anton Chejov, dos autores que me parecen magníficos exponentes del arte de narrar historias. 
Ahora, de los muchos cuentos que escribió (sin contar sus novelas), de variados estilos y temáticas, Maupassant es célebre por sus relatos de terror, género en el que es reconocido como todo un maestro. Hoy quiero compartir con ustedes el que muchos consideran lo mejor de su obra, un cuento de horror como pocos tendrán la oportunidad de leer: El Horla.

8 de mayo 
 
¡Qué hermoso día! He pasado toda la mañana tendido sobre la hierba, delante de mi casa, bajo el enorme plátano que la cubre, la resguarda y le da sombra. Adoro esta región, y me gusta vivir aquí porque he echado raíces aquí, esas raíces profundas y delicadas que unen al hombre con la tierra donde nacieron y murieron sus abuelos, esas raíces que lo unen a lo que se piensa y a lo que se come, a las costumbres como a los alimentos, a los modismos regionales, a la forma de hablar de sus habitantes, a los perfumes de la tierra, de las aldeas y del aire mismo.
Adoro la casa donde he crecido. Desde mis ventanas veo el Sena que corre detrás del camino, a lo largo de mi jardín, casi dentro de mi casa, el grande y ancho Sena, cubierto de barcos, en el tramo entre Ruán y El Havre.
A lo lejos y a la izquierda, está Ruán, la vasta ciudad de techos azules, con sus numerosas y agudas torres góticas, delicadas o macizas, dominadas por la flecha de hierro de su catedral, y pobladas de campanas que tañen en el aire azul de las mañanas hermosas enviándome su suave y lejano murmullo de hierro, su canto de bronce que me llega con mayor o menor intensidad según que la brisa aumente o disminuya.
¡Qué hermosa mañana!
A eso de las once pasó frente a mi ventana un largo convoy de navíos arrastrados por un remolcador grande como una mosca, que jadeaba de fatiga lanzando por su chimenea un humo espeso.

viernes, 29 de abril de 2011

Cuento: Tres Rosas Amarillas, de Raymond Carver


En 1988, el año de su muerte, apareció una compilación de relatos de Raymond Carver, titulada: Tres Rosas Amarillas. En esta aparece el cuento del mismo nombre que narra, de manera ficticia, los últimos momentos de vida del maestro, Anton Chejov. Una pequeña obra maestra que he querido compartir con ustedes.
 
Chejov. La noche del 22 de marzo de 1897, en Moscú, salió a cenar con su amigo y confidente Alexei Suvorin. Suvorin, editor y magnate de la prensa, era un reaccionario, un hombre hecho a sí mismo cuyo padre había sido soldado raso en Borodino. Al igual que Chejov, era nieto de un siervo. Tenían eso en común: sangre campesina en las venas. Pero tanto política como temperamentalmente se hallaban en las antípodas. Suvorin, sin embargo, era uno de los escasos íntimos de Chejov, y Chejov gustaba de su compañía.
Naturalmente, fueron al mejor restaurante de la ciudad, un antiguo palacete llamado L'Ermitage (establecimiento en el que los comensales podían tardar horas -la mitad de la noche incluso- en dar cuenta de una cena de diez platos en la que, como es de rigor, no faltaban los vinos, los licores y el café). Chejov iba, como de costumbre, impecablemente vestido: traje oscuro con chaleco. Llevaba, cómo no, sus eternos quevedos. Aquella noche tenía un aspecto muy similar al de sus fotografías de ese tiempo. Estaba relajado, jovial. Estrechó la mano del maitre, y echó una ojeada al vasto comedor. Las recargadas arañas anegaban la sala de un vivo fulgor. Elegantes hombres y mujeres ocupaban las mesas. Los camareros iban y venían sin cesar. Acababa de sentarse a la mesa, frente a Suvorin, cuando repentinamente, sin el menor aviso previo, empezó a brotarle sangre de la boca. Suvorin y dos camareros lo acompañaron al cuarto de baño y trataron de detener la hemorragia con bolsas de hielo. Suvorin lo llevó luego a su hotel, e hizo que le prepararan una cama en uno de los cuartos de su suite. Más tarde, después de una segunda hemorragia, Chejov se avino a ser trasladado a una clínica especializada en el tratamiento de la tuberculosis y afecciones respiratorias afines.

lunes, 7 de marzo de 2011

lunes, 14 de febrero de 2011

Arthur Machen y la naturaleza del Mal


“Vuestro error es casi universal: os habéis acostumbrado como todo el mundo a mirar las cosas a través de unas gafas sociales. Todos pensamos que el hombre que nos hace daño a nosotros o a nuestros vecinos es un hombre malo. Y lo es desde el punto de vista social. ¿Pero no podéis comprender que el Mal, en su esencia, es una cosa solitaria, una pasión del alma? El asesino corriente, como tal asesino, no es en modo alguno un pecador en el verdadero sentido de la palabra. Es sencillamente una bestia peligrosa, de la que debemos librarnos para salvar nuestra piel. Yo lo clasificaría mejor entre las fieras que entre los pecadores.”

“Pues no lo es, el asesino no mata por razones positivas, sino negativas, le falta algo que poseen los no-asesinos. El Mal por el contrario es totalmente positivo. Pero positivo en el sentido malo. Y es muy raro. Sin duda hay menos pecadores verdaderos que santos. En cuanto a los que llamáis criminales, son seres molestos, desde luego, y de los que la sociedad hace bien en guardarse; pero entre sus actos antisociales y el Mal existe un abismo. ¡Creedme!.”

“¿Opináis pues que no comprendemos la verdadera naturaleza del Mal?
Lo sobreestimamos. O bien lo menospreciamos. Por una parte, llamamos pecado a las infracciones de los reglamentos de la sociedad de los tabúes sociales. Es una exageración absurda. Por otra parte atribuimos una importancia tan enorme al 'pecado' que consiste en meter mano a nuestros bienes o a nuestras mujeres que hemos perdido absolutamente de vista lo que hay de horrible en los verdaderos pecados.”

“¿Que experimentaría si su gato o su perro empezaran a hablarle con voz humana? ¿Y si las rosas de su jardín se pusieran a cantar? ¿Y si las piedras del camino aumentaran de volumen ante sus ojos? Pues bien, estos ejemplos pueden darle una vaga idea de lo que realmente es el pecado.”