sábado, 26 de mayo de 2012

Cuento Breve: Lo que oculta la tormenta


Parado en el balcón de su casa, Bruno observaba la lluvia que caía sobre la ciudad desde hacía horas, sin dar signos de amainar. Ya era de noche. A lo lejos alcanzaba a divisar un mar oscuro, enfurecido. Un viento huracanado comenzaba a soplar cada vez con más fuerzas, azotando su cara, sus cabellos, su vieja parca gris que usaba desde que estaba en el colegio y que no pretendía cambiar por esas afeminadas gabardinas tan de moda ahora entre los jóvenes de su edad.

Le agradaba sentir las gotas de lluvia sobre su rostro. Le recordaba a esa infancia, no tan lejana, cuando se paraba en la puerta de aquella misma casa y miraba, con una curiosidad y atención solo posibles cuando uno es niño, las pozas que se formaban en el patio. Le recordaba también al olor de la harina mezclada con agua y zapallo, y a su mamá en la cocina, advirtiéndole que no saliera o se resfriaría.

Sobre una posible colección de cuentos


Desde hace ya un tiempo le vengo dando vueltas a una idea que se me metió en la cabeza y sencillamente no me la he podido quitar de encima: Publicar una colección de cuentos fantásticos. Así de simple. Desde que empecé a escribir relatos cortos de manera regular, tanto para Fantasía Austral como para subir a este blog, me di cuenta de que me agradaba bastante hacerlo, y lo más satisfactorio es que a otras personas parecían gustarle mis creaciones. Creo que no hay mayor motivación para un escritor novato, como yo, el que a otros le agrade lo que haces. El punto es que he logrado reunir una cantidad no despreciable de relatos cortos y no tan cortos (algunos inéditos) y heme aquí en la disyuntiva ¿vale la pena compilarlos en un libro? Obviamente, previa revisión y reescritura de los mismos. 

lunes, 21 de mayo de 2012

Cuento Breve: Kaninchen Maske


Una tarde llegó a una pequeña ciudad llamada Almond un extraño sujeto con una máscara de conejo. Llevaba puesta una chaqueta color gris oscuro, una bufanda negra y pantalones del mismo color. No traía ningún equipaje consigo excepto por una daga enfundada en su cinturón, aunque de esto nadie se dio cuenta ya que la llevaba oculta bajo el resto de sus ropas.

Los que lo vieron llegar decían que había algo perverso en él, como si un halo de malignidad lo rodeara. A nadie le prestó atención. Con un extraño andar renqueante se dirigió a los barrios bajos de la ciudad, donde pululaban las mafias y los delincuentes menores. Se perdió en oscuros y fétidos callejones, plagados de ratas y cucarachas, y un sinfín de otras pestes. Nadie lo volvió a ver.