De repente se sentía desorientado. El niño miró a
su alrededor, buscando alguna respuesta, mas solo vio humo y edificios
destruidos.
Era incapaz de recordar algo, incluso como había
llegado a ese lugar.
El extraño hombre lo llevaba de la mano. A su
alrededor se apretujaban otros niños, demasiados para contarlos, todos de
edades similares a la suya. Se veían tristes, opacos. Sus ojos parecían
extraviados en el caos que los rodeaba.
—No mires atrás, pequeño —le dijo el extraño
hombre. Su voz trató de ser dulce, pero había algo en ella que la hacía
lúgubre.
Se fijó en él. Iba completamente vestido de negro.
Un largo abrigo le cubría el cuerpo hasta las rodillas. Traía las manos
enguantadas y un sombrero de copa. En la mano izquierda llevaba un paraguas,
con el que se cubría la cabeza, aunque no llovía. Su rostro era tan blanco como
la nieve.