No era la primera vez que se
reunían a medianoche en el cementerio. Por lo menos una vez al mes solían cobijarse
en el opresivo silencio de las sepulturas, pálidas a la luz de la luna,
silenciosas, guardando los secretos de innumerables existencias que ya no eran
más que un recuerdo adormecido bajo el velo de la muerte.
Eran cinco muchachos, muy jóvenes.
El mayor no tenía más de dieciséis años. Habían hecho de la oscuridad su refugio
y su grito de protesta ante un mundo que no les otorgaba ninguna esperanza. Sus
vestimentas eran negras, al igual que la noche que parecía tragarse cada pedazo
de realidad. Caminaban muy pegados los unos a los otros. Sentir miedo era parte
de su juego.
Vistos desde lejos, si alguien
los hubiera estado observando, parecían las siluetas de fantasmas perdidos en
un lugar que no reconocían como su hogar; olvidados en un campo de muerte. La
luna era como la débil luz de un farol sostenido por la mano de algún Dios
insomne.
El que lideraba el grupo, un
joven de rasgos deformados por la noche, llevaba un pequeño cachorro en su regazo.
Se hacía llamar a si mismo Ayperos.
Lo había leído en una de aquellas páginas de internet dedicadas a la subcultura
gótica: Ayperos, el príncipe de los infiernos. Sonaba bien, aun cuando ignoraba el profundo significado
de aquel nombre.
Se detuvieron frente a un
suntuoso sepulcro, perteneciente a una de las familias más ricas de la ciudad.
Todo el grupo formó un círculo. Uno de los jóvenes sacó un viejo libro de su
bolso. Las manos le temblaban. El silencio, todo alrededor, era sofocante, como
si las sombras que los envolvían guardaran algo más terrible que la simple
oscuridad.
Ayperos comenzó a recitar una
extraña oración en latín. No conocía las palabras ni su significado. Para él no
era más que un juego, un juego sombrío de niños que no sabían nada de la
verdadera oscuridad.
Cuando hubo terminado tomó un
cuchillo, que había robado de la cocina de su casa, y sin el menor atisbo de
piedad, atravesó al pequeño cachorro que hasta hace un momento jugaba a sus
pies, ignorante del destino que le deparaban sus captores.
La sangre cayó sobre un
pentagrama invertido que habían dibujado en el suelo. Esperaron, temerosos de
lo que pudiera suceder. Pasó un largo rato. Una nube perdida atrapó a la luna,
sumiendo el cementerio en las tinieblas. Ayperos dejó caer el cuerpo del
cachorro, aburrido de aquella farsa. El juego había terminado.
Cada uno de los muchachos hizo su
camino de regreso. Ayperos se alejó solitario. Para llegar a su casa tenía que cruzar un pequeño
bosque. Se detuvo a orinar. De improviso sintió una mirada sobre él. Elevó la
vista y vio a un buitre posado sobre una de las ramas del árbol donde orinaba.
Los ojos del ave brillaban de una manera extraña, pero no hizo nada más que
observarlo. El resto del trayecto no sucedió nada anormal. Pronto estuvo en su
cuarto, arropado bajo el calor de las frazadas de su cama.
Aquella noche Ayperos tuvo
terribles pesadillas, donde un demonio gigante con cabeza de buitre lo atravesaba
una y otra vez con un cuchillo de cocina. Una y otra vez, eternamente.
Pero Ayperos no volvió a despertar.
Ahora su cuerpo duerme en el
sombrío cementerio junto al pequeño bosque, donde su recuerdo se desvanece
lentamente. Y los niños siguen jugando ahí algunas noches, ignorantes de los gritos
que surgen de una de las tumbas. La tumba donde un viejo buitre reposa,
escrutando en la oscuridad, sonriente.
Muy bueno para estas fechas, Javier.
ResponderEliminarSaludos!!
Ay, se me ha helado la sangre. Bueno, qué decir. Gracias por el cuento y felicidades. De factura impecalbe. Sin errores, eso se agradece. Luego, los distintos niveles del cuento están muy bien hilvanados: el paisaje nocturno, la nube que atrapa la luna (¿una metáfora?), la juventud, los detalles creíbles (el cuchillo de cocina), y la historia...No sucede nada. Hasta la sorpresa. Agggg. El cachorrito ya da cosa, pero este "no volvió a despertar" de sopetón da mucha grima.
ResponderEliminar¡Ave, cuentista!
Uy, más que el aspecto de terror, me gustó cómo describes al grupo de jóvenes que van al cementerio. Gente medio apartada de la sociedad que se siente atraída por los misterios y por una de las sensaciones humanas más potentes e innatas: el miedo.
ResponderEliminarTodos hemos jugado a ver si son ciertos los rumores. La mayoría de las veces salimos con las manos vacías y nos lamentamos... Pero leyendo este tipo de relatos, recordamos por qué deberíamos agradecer que no nos pase nada...
Bueno, sobre el cuento en sí no tengo mucho más que agregar. Es sobrio y elegante, como suele leerse en ti :)
Yo no celebro Halloween (nunca se me inculcó de niña y ya de mayorcita no me motiva hacerlo, ni tengo con quien hacerlo además), pero te deseo una terrorífica noche :P
Sin lugar a dudas, este es el mejor cuento que has escrito y, de paso, el que te ha graduado como uno de lo más insignes alumnos de nuestro querido señor Poe. ¡Mis más sinceras felicitaciones!
ResponderEliminarAl igual que Alejandra, lo que más destaco no es la atmósfera terrorífica cuasi lovecraftiana (sabes que no comulgo con la estética de los mitos cthulhuianos) sino con el comentario sociocultural que haces por medio de un muy depurado arsenal de imágenes, recursos atmosféricos y caracterización de los personajes. Me gustó ese retrato de una juventud sosa, estúpida e inconsciente que juega con cosas que no entiende ni conoce, que ha olvidado la importancia de los nombres y que cree que la vida se resume solo en pasarlo bien a costa de diversiones sin sentido.
El final hace eco con piezas maestras del macabro legendario de Poe. Me acordé del El Corazón Delator y de El Entierro Prematuro. Sin duda el maestro de Boston estaría orgulloso si pudiera leerlo. Pero déjame decirte que no seríaúnico. ¡Bien hecho!¡Muy, muy bien hecho!
Según lo veo, después de Atsu estás obligado a escribir una novela de terror o una colección de cuentos. ¡Es que se te dan muy bien, tío!
ResponderEliminarGracias por los comentarios. Es agradable ver que lo que uno ha escrito genera reacciones positivas en los lectores. Creo que no hay mejor motivación que esa para seguir escribiendo. Ahora, eso de "uno de lo más insignes alumnos de nuestro querido señor Poe", me hace sonrojar. El maestro de Bostón es uno de los autores a quien más admiro y, con toda humildad, lo he tomado como uno de mis modelos a seguir. Si este cuento remite, de alguna forma, a su obra, me siento halagado.
ResponderEliminarY Felipe, aparte de ECdA tengo varios cuentos inéditos que espero vean la luz algún día. Para mi es un gran placer escribirlos. Son, obviamente, de mayor extensión que los que subo a este blog.
¡Gracias por comentar!
Genial relato con moraleja xD (no juegues con cosas que no entiendes xD) y sobre todo supe que es Ayperos y coincide con o que dijiste. En fin muy bien relato no estamos viendo señor xD
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