viernes, 5 de febrero de 2016

En el país de los dioses, por Lafcadio Hearn


"Y quizá la impresión más supremamente placentera de esta mañana es la producida por la singular dulzura del escrutinio popular. Todo el mundo te mira con curiosidad; sin embargo, nunca hay nada desagradable, y mucho menos hostil, en su mirada: lo más frecuente es que vaya acompañada de una sonrisa o un esbozo de sonrisa. Y la consecuencia final de todas estas miradas de amable curiosidad es que el forastero acaba pensando en el país de las hadas."

"Esta declaración es, sin duda, trillada hasta el extremo de lo provocador: todo el que describe las sensaciones de su primer día en Japón habla de este país como del reino de las hadas, y de sus habitantes como de los elfos. Sin embargo, esta unanimidad a la hora de elegir los términos para describir casi lo que no puede describirse con mayor precisión en el primer intento, obedece a una causa natural. Encontrarse de pronto en un mundo en el que todo se presenta a una escala más pequeña y exquisita que aquella a la que estamos acostumbrados; en un mundo de seres más pequeños y aparentemente más amables, que te sonríen como para desearte lo mejor; un mundo en el que todo movimiento es lento y suave, y las voces son apagadas; un mundo en el que la tierra, la vida y el cielo son diferentes de todo lo que uno haya visto en otros lugares; es sin duda, para la imaginación alimentada por el folklore inglés, la materialización del viejo sueño del mundo de los elfos."

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Anoche terminé de leer "En el país de los dioses: Relatos de viaje por el Japón Meiji", una recopilación de artículos escritos por Lafcadio Hearn (el mismo de los relatos de fantasmas japoneses) sobre las impresiones que le provocó su acercamiento con el país del sol naciente, este mundo tan extraño y que él mismo comparó con la tierra de los elfos. 
Desde mi perspectiva, Lafcadio Hearn vio al Japón que yo siempre he imaginado en mi corazón, no el del manga y el anime y esos excéntricos otakus, y menos el de la tecnología de punta y los videojuegos, si no el Japón de los monjes silenciosos y venerables, el de los árboles de bambú mecidos por el viento que baja del monte Fuji, el de la gente humilde, pequeña y sonriente. El Japón que durante siglos fue protegido por una élite legendaria de guerreros: Los samuráis. No reniego de mi gusto por el anime, el manga y los videojuegos, pero para mi el verdadero Japón es el que aparece en las páginas de este libro y Lafcadio Hearn fue un testigo privilegiado en una época en que el país comenzaba a acercarse a Occidente, en plena era Meiji. Sus anotaciones reflejan la admiración que sentía por los japoneses, su historia y sus tradiciones, algo que ellos mismos (o al menos sus líderes) decidieron dejar atrás en favor del progreso. Lo que se perdió ya no volverá, y esa sensación de nostalgia se mantiene a lo largo de todo el libro porque Lafcadio Hearn sabía que ese Japón que él había aprendido a amar pronto desaparecería. Quizás aún no lo hace del todo, su espíritu y los dioses que lo habitan son fuertes y antiguos, pero la sombra de occidente siempre está ahí presente y lo seguirá estando por un buen tiempo.

J.

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