Para Arthur
Machen
Todas las mañanas, al
despuntar el alba, Ofelia dejaba el calor de su cama y se encaminaba
al pequeño invernadero que tenía en el jardín trasero de su casa.
Ya había entrado en la
tercera edad, pero a pesar de que los años habían trazado surcos en
su piel, aún conservaba un poco de la belleza de su juventud.
Delgada, de rasgos suaves y una sencilla melena gris coronando su
cabeza, su figura evocaba a esas antiguas estrellas del cine de los
años veinte.
Acostumbraba llevar
largos vestidos con estampados florales, y las flores eran, en
efecto, el centro de su vida. No había nada en el mundo que le
produjera mayor placer que el encerrarse jornadas enteras en aquel
blanco invernadero donde cultivaba las más diversas variedades de
rosas, narcisos, crisantemos y otros tantos tipos más, cual más
colorido que el anterior.
Su casa, una pequeña
construcción de madera color blanco, con tejas normandas, estaba
ubicada en un tradicional barrio de clase media, en las afueras de la
ciudad. Antes había pertenecido a su madre, y aún antes a sus
abuelos, inmigrantes provenientes del sur de Austria. Era un lugar
acogedor, con un amplio jardín delantero cercado por setos y un
viejo manzano en el centro y, al igual que en su invernadero,
variadas flores revestían el césped, las que eran cuidadas con
mimo.
Ofelia siempre estaba
sola, pues ya no tenía familia ni ningún tipo de vínculo amistoso.
Hacía años que había dejado de frecuentar a otras personas,
aburrida, quizás, de tantas decepciones y desencuentros. Después de
todo, y esto ella lo sabía muy bien, no siempre se encontraba la
felicidad en compañía de otros. A veces es la soledad y el silencio
la única forma de felicidad. A la mayoría de las personas les
costaba entender esto, pero a Ofelia no parecía preocuparle. De
hecho, nunca le había importado lo que otros pensaran. ¿Que derecho
tenían a entrometerse ahora, si nunca habían estado en los momentos
en que si los había necesitado, largos años atrás?
A veces, Ofelia trataba
de leer algún libro de su olvidad biblioteca, o de limpiar la
cocina, o, incluso, de ver un poco de televisión, pero pronto se
hartaba de todo esto. Lo único que en verdad la hacía feliz eran
sus flores y las largas horas que pasaba al interior del invernadero.
Dedicaba una buena parte de su tiempo preparando la tierra de los
maceteros, podando, realizando injertos y sustituyendo unas plantas
por otras. Casi siempre pasaba de largo la hora de almuerzo, o tan
solo se comía un apurado sándwich. Cuando llegaba la noche encendía
las luces del invernadero y disfrutaba contemplando la silenciosa
belleza de sus flores.
Gustaba de ponerles
música clásica, como si se tratara de una dulce canción de cuna.
Entre sus compositores favoritos estaban Mozart, Schubert y Rossini,
los que sonaban en un anticuado tocadiscos que había heredado de su
abuela. Otras veces les cantaba con una agradable voz de soprano que
no habría desentonado en el coro de algún teatro local.
Y así eran todos los
días en la vida de Ofelia. Solo los deberes cotidianos la distraían
de esta rutina, cuando debía caminar hasta el centro de la ciudad
para cobrar su ínfima pensión, pagar las cuentas y comprar los
alimentos que utilizaría durante el mes.
Algunas noches, sin
embargo, la tranquila existencia de Ofelia se veía alterada por
extraños sueños. Despertaba rodeada tan solo de una espesa
oscuridad y en medio del opresivo silencio nocturno parecía oír un
lejano murmullo, como si decenas de fantasmas conversaran quedamente
entre ellos, sabiendo que ella los escuchaba desde su habitación. En
aquellos momentos su soledad proyectaba una sombra demasiado
alargada, aún para alguien como ella, pero cuando llegaba la luz del
día estos miedos se disipaban, y al contemplar sus flores todo se
convertía tan solo en un mal recuerdo.
Una mañana, sin embargo,
sucedió algo distinto. Ofelia no podría haber distinguido aquel
helado amanecer de cualquier otro excepto por un detalle. Un extraño
sonido, diferente a cualquier otro sonido que hubiera escuchado
alguna vez en su vida, vibraba a través de toda la casa. Parecía
provenir del exterior, por lo que, apenas cubierta con su camisón de
dormir, salió al jardín. Tampoco parecía haber nada excepcional en
este, pero aquel ruido era ahora más claro que antes. Se dio cuenta
entonces que provenía de su propio invernadero. Al ingresar a este
descubrió que eran las propias flores las responsables de ese
sonido: ¡Estaban cantando! Pero era un canto primigenio, que ningún
oído humano debiera escuchar jamás.
Aquellas voces,
silenciadas durante milenios, ahora hablaban en un idioma prohibido y
Ofelia estaba ahí, parada, oyendo una canción que nunca antes había
sonado en la faz de la tierra. Volvió a salir al jardín y pudo
comprobar que en las casas vecinas el resto de las flores se había
unido a aquel canto, escuchándose ahora en toda la ciudad.
Ofelia caminó hasta la
calle y, parada en medio de la calzada, comenzó a agitar sus manos,
como si fuese un director de orquesta. Las flores, a quienes había
dedicado tantos años de su vida, habían despertado y le dedicaban
aquel canto.
Y la risa de Ofelia se
confundió con la voz de las flores, y ningún otro sonido fue capaz
de acallarlas.
Me dejó algo perplejo el remate. Creo que me he acostumbrado a los finales cinematográficos, y me cuesta digerir un desenlace que fluye y no explota.
ResponderEliminarBlood
A veces es bueno dejar que las cosas fluyan, aunque debo reconocer que me costó trabajar el remate en este cuento en particular. Gracias por el comentario, Dr. Blood,
EliminarSaludos
Es un cuento curioso, me recordó un poco a Lovecraft. El final me pareció algo rápido en comparación con el resto del cuento, comienzas siendo muy descriptivo y con cierto ritmo lento y después ya no describes tanto y el ritmo se acelera, pero está bien.
ResponderEliminarPor cierto, hay un error de dedo en "la tranquila existencia se Ofelia". También, donde dice "el resto de las flores se habían unido", es "había" en vez de "habían", porque te estás refiriendo al "resto".
Saludos! :)
Gracias por la mención a los errores, Damián. Acabo de corregirlos. En cuanto al asunto de acelerar el ritmo, se debe, más que nada, a que pensé este cuento como un relato breve, pero no pude evitar alargarme un poco en la descripción de Ofelia, que me gustó bastante como personaje. Trabajaré en la parte final, para que no quede esa sensación tan abrupta al final.
EliminarSaludos :)
Mui buen comienso solo falta un poco de trama y un final
ResponderEliminarTrabajaré en el final. Gracias por pasarte.
EliminarSaludos.
Me ha encantado, precioso, precioso!! Saludos
ResponderEliminarMuchas gracias. Me siento muy halagado por tus palabras, y espero verte más seguido por el blog :)
EliminarSaludos.
El final está impecable, viejo amigo. No lo cambies. Hay que empezar a recordar que la literatura y el cine son lenguajes diferentes con recursos diferentes.
ResponderEliminarEso sí, hay algunos baches en la redacción. Aparte de eso, nada que dejarte salvo mis aplausos.
Un abrazo.
¡Tanto tiempo sin ver un comentario tuyo por estos lados, Emilio! Como siempre, agradezco tus elogios. Después de todo no habría creado este blog si no hubiera sido por tu impulso. En cuanto al final, no te preocupes, que los cambios estarán centrados en la parte que lo antecede, justo antes del clímax. La redacción también la corregiré en una pronta revisión ;)
EliminarAbrazos.
Me ha gustado. Es un bonito canto a la vida.
ResponderEliminarSaludos.
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ResponderEliminarhttp://humanidadesyalgomas.blogspot.com.es/
Gracias por tu interés en mi trabajo, y claro que me interesaría difundir mi trabajo en otros blogs. Me pondré en contacto contigo por los medios que me señalas.
EliminarSaludos.
Encontré bellísimo el remate. Mi problema es al revés. El cuento demora mucho en comenzar, con un lenguaje enrevesado que podría ser más simple y, por lo tanto, más fluido.
ResponderEliminarEn mi opinión hay mucha info que podría haber sido excluida y la historia habría funcionado igual o incluso mejor. Desde la mitad del relato en adelante el relato comienza a tomar velocidad. El conjunto me parece bueno y, como te comenté, el final es bello. Pero a mi gusto personal, hay que pasarle edición, sobre todo al principio.
Un abrazo.
Den.
Se agradecen tus palabras, Andrés. Como menciono en mi perfil, la idea es precisamente esta: recibir la retroalimentación de los lectores para poder mejorar el texto. El problema con la parte inicial es que no quiero acortar tanto un cuento de por si breve, pero tendré en cuenta tu recomendación.
EliminarAbrazo.
Me gustó mucho este cuento. El ritmo que creaste es perfecto para esta protagonista y por lo menos en mi caso contribuye a un efecto de trance que hace más potente ese final "rápido". Si decides añadirle o quitarle cosas es decisión tuya, pero la verdad, si ya lo sientes completo como está, yo no le tocaría nada.
ResponderEliminarHace tiempo que no te leía. Fue un gusto volver a pasarme por aquí.
Saludos ;)
¡Gracias, Kareen!
ResponderEliminarEl día que saque mi primer libro de cuentos te avisaré con tiempo ;)
Saludos.