Arabelle conoció a
Balthasar Grämlich en una humilde posada situada en los alrededores
de Bremen, en el noroeste de Alemania. Aquella era una noche particularmente
lluviosa. Balthasar buscaba un refugio donde secar sus ropas y
componer su ánimo. Sus vestimentas eran oscuras, como sus ojos y su
cabello, pero su piel era pálida. Era un joven frágil, de mirada
triste y hablar lento y cortés. Arabelle, en cambio, era como el
reflejo del sol. Sus cabellos eran dorados y sus ojos tenían los
colores de una tarde de primavera, y cuando sonreía el mundo entero
parecía iluminarse.
Arabelle era dulce y
gentil y todos querían estar a su alrededor. Pero Arabelle nunca
había amado a nadie. Toda su vida la había pasado en aquella
solitaria posada, levantada junto a un pequeño bosque, donde
caminaba algunas tardes. No conocía una felicidad plena, pero su
existencia era tranquila y con eso parecía bastarle. Más entonces
vio a aquel joven de aspecto enfermizo, tan delgado como una vara, un
tanto torpe al caminar y al hablar, sentado en un rincón de la sala
con los ojos perdidos en un pequeño y viejo libro. Primero fue
simple curiosidad, más pronto la curiosidad se convirtió en algo
diferente.
Balthasar Grämlich era
un poeta que viajaba de ciudad en ciudad declamando sus escritos. No
tenía mucho dinero y la mayoría de las veces no tenía un lugar
donde dormir, ni un bocado con que llenar su estómago. Pero a pesar
de su aspecto sombrío, sus ojos estaban llenos de pureza y amor por
la vida. Y Arabelle pudo ver eso. Y por primera vez una cálida llama
se encendió en su corazón, avivada por aquel solitario joven que
había llegado junto a la lluvia y la noche.
Y durante los días que
siguieron ambos jóvenes se dedicaron a vagar por el bosque que
rodeaba la posada. Balthasar, siendo un hombre tímido, nunca intentó
siquiera tomar la mano de Arabelle, pero un sentimiento similar al de
ella comenzó a crecer en su interior. Y lo que no podían hacer sus
manos lo hacían las palabras. Así, bajo la sombra de fresnos y
robles, Balthasar declamó sus poemas ante la absorta mirada de la
joven de cabellos de oro. Y como un silencioso encantamiento, el amor
fue creciendo.
Pero llegó el día en
que Balthasar tuvo que dejar la posada y marchar a Bremen. Había
retrasado su partida solo para poder contemplar a Arabelle, a quien
amaba en silencio, tal como ella a él. Y la muchacha lo despidió
con un breve beso en los labios, a lo que este respondió con una
inclinación de su cabeza y una triste sonrisa. La promesa de un
pronto retorno quedó flotando en el aire.
Los días se fueron yendo
uno tras otro, lentamente. Un mes pasó sin que ninguna noticia
llegara desde Bremen. O, más bien, llegaron noticias, pero estas
estaban cubiertas por un velo oscuro. Una devastadora peste había
asolado a la población. Los muertos se contaban por cientos, y ni
siquiera los grandes señores habían podido escapar a tan nefasto
destino. Doncellas radiantes y llenas de vida, jovenes altivos y
orgullosos, hombres de la calle. Todos yacían inertes, desfigurados
tras horas de agonía, al final de la jornada. Así de rápida era la
enfermedad.
Una sombra oprimió el
pecho de Arabelle al conocer estas nuevas, y así partió a la ciudad
en busca de Balthasar, con el recuerdo de sus palabras aún vibrando
en sus oidos.
Bremen estaba sumida en
el caos. Durante una semana Arabelle recorrió la funesta urbe,
agobiada por la muerte y el hedor que esta traía consigo.
Desesperada, sin lograr noticia alguna del joven poeta de quien se
había enamorado, dio finalmente con una fosa común donde encontró
un pequeño y viejo libro, el mismo que había pertenecido a
Balthasar. Y así se quedó, durante un día entero, de pie frente a
aquella sepultura sin nombre, recordando los ojos, la voz, los gestos
de Balthasar. Ojos, voz y gestos que ya no volvería a ver.
Pasaron los meses y luego
los años, tan rápido como una exhalación. La ciudad logró
recuperarse y las cosas parecieron volver a ser como lo eran antes.
Arabelle fue envejeciendo y perdió aquel encanto del que tantos se
habían enamorado. Su mirada siempre parecía perdida en alguna otra
parte, como si sus ojos observaran algo que nadie más fuera capaz de
ver. Ya no había sonrisas en su rostro, solo una tristeza infinita.
Y llegó un nuevo verano,
y el otoño, seguido del invierno y la primavera. Y el ciclo se
repitió una y otra vez. Muchas vidas se fueron apagando, pero
Arabelle seguía en la solitaria posada junto al bosque. Algunas
veces se internaba entre aquellos árboles, buscando el lugar donde
había enterrado, años atrás, el viejo libro que alguna vez
perteneció a Balthasar. Y ahí se quedaba hasta que llegaba la
noche, acompañada de aquella esfera de plata que los hombres
llamaban luna. No importaba el frío, ni el dolor en sus
articulaciones. Todo lo que Arabelle veía eran unos ojos tristes que
le prometían un pronto regreso. Más siempre volvía sola a su
hogar.
Entonces llegó una
mañana en que Arabelle despertó con la certidumbre de que la muerte
se encontraba cerca. Aquel día apenas fue capaz de levantarse. No
atendió a nadie, tan solo se dedicó a ordenar sus pocas
pertenencias. Al anochecer se encaminó al bosque, hasta llegar al
sitio donde se encontraba el libro de Balthasar.
Incapaz de mantenerse en
pie, se recostó sobre la tierra. Desde aquella posición pudo ver un
cielo colmado de estrellas. Hacía mucho que había olvidado su
brillo, pero de pronto pareció recordar lo feliz que había sido
alguna vez, cuando era una niña y paseaba junto a su padre por las
boscosas colinas que rodeaban Bremen.
Refugiada en aquellos
recuerdos se fue adormeciendo poco a poco. Y así se quedó un largo
rato, hasta que una voz llegó a sus oídos. Cuando abrió los ojos
vio junto a si a Balthasar, tan joven y frágil como hacía sesenta
años. Su sonrisa era triste, pero su mano se estiró y Arabelle se
cogió a ella con tanta fuerza y ligereza, que parecía que la vejez
y la enfermedad se hubieran desvanecido.
Entonces vino un beso y
un abrazo largo tiempo esperados, y en medio de aquella noche
estrellada la silueta de ambos jóvenes se fue desvaneciendo, hasta
que no quedó nada más que una viejecilla tendida sobre el lecho
del bosque.
Oh, qué triste. Triste y bonito, todo hay que decirlo. El amor más allá de la vida. Hermoso y gótico.
ResponderEliminarMe ha encantado como manejas los tiempos. Esos saltos temporales, esas síntesis como la llegada de la peste y cómo todo vuelve a su cauce después.
Pero no para ella, enclavada en un momento de su vida, que la marca como un hierro candente.
Saludos.
La primera mitad la leí con una sonrisa, la segunda la leí con tristeza y felicidad alternadas, aunque con más tristeza que cualquier otra cosa.
ResponderEliminarEs un bonito cuento, Javier. Me alegra leer de nuevo un cuento tuyo.
¡Saludos!
También me dejó una sonrisa. Es un cuento hermoso y el ritmo se mantiene aun cuando usaste más comas de lo que suele leerse en tus relatos.
ResponderEliminarMuchas gracias por el buen rato,
Felipe.
¡Qué bonito! Un cuento muy fluido y limpio en su prosa, y con una pureza temática tan extraña que duele, porque un amor sí -verdadero y atemporal- no existe en el mundo real. Y sin embargo, el texto está escrito desde tanta sinceridad y convicción que hasta yo me creí que algo así puede ser factible, aun cuando el tema haya sido repetido una y mil veces, con mayor o menor calidad, en la historia de la literatura. Supongo que no se le puede pedir más al arte: que nos dé la tibia e imposible esperanza de un mundo mejor...
ResponderEliminarsabes que no tengo idea de literatura de las prosas y si están bien puestas o no las comas...simplemente te agradezco este cuento..que me recordó un día lluvioso donde un flacuchento buscaba refugio.
ResponderEliminarVaya, lograste que leyera completo un cuento de amor. Me gustó.
ResponderEliminarBlood
Bella historia. "Hasta que a muerte no separa", ya parecer un frase que no se siente en este escrito. Vale por compartirlo
ResponderEliminarMuchas gracias por pasarse y comentar. Ahora, en relación con el cuento, este no tiene muchas pretensiones en cuanto a la originalidad del argumento. Se podría decir que es, más bien, un ejercicio de estilo, tomando ciertas temáticas que no son tan comunes en mi narrativa, pero dándoles un toque personal, que en este caso se aprecian en los detalles góticos en la ambientación y la construcción de personajes. El resultado en general me dejó bastante conforme :)
ResponderEliminarEstá super lindo Javier. Me gustó mucho y me recordó a mis heroes literarios adolescentes.
ResponderEliminarLo que es ahora, tenemos que empezar a crear poetas poderosos, para que las realidades cambien y tengamos mejores chances :)
Hermoso la manera en como describes todo. Me tuvo de principio a fin.
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