Ilustración de Santiago Caruso |
Julius Herder despertó esa mañana sin poder
recordar lo que había soñado. Una inquietante sensación de irrealidad parecía
flotar a su alrededor, como si el mundo se hubiera vuelto impreciso, borroso.
Debió esperar hasta las primeras horas de la tarde para que sus pensamientos se
volvieran a asentar en el lugar que les correspondía.
Tras un almuerzo ligero decidió dar un paseo por
la ciudad, esperando que el contacto con otras personas le ayudara a despejar
sus ideas. Antes de salir tomó su sombrero, su abrigo y el libro que aguardaba
hacía semanas sobre el velador de su dormitorio y que hablaba sobre agujeros
negros y universos paralelos.
Caminó sin seguir una dirección determinada,
dejando que el azar trazara una ruta en el laberinto formado por las casas y
edificios. Pronto sus pasos lo llevaron a la Puerta de Branderburgo, emplazada
en el centro de Berlín, donde se detuvo a descansar unos instantes, resguardado
bajo su sombra. Más allá pudo contemplar el parque Tiergarten y por un momento
su memoria volvió a un pasado remoto. Se vio a si mismo caminando junto a sus
padres, aunque la ciudad era distinta. Los días de la gran guerra ya habían
pasado y el país de a poco comenzaba a reconstruirse. Pudo ver todo con tanta
claridad que le pareció como si el presente se hubiera difuminado y el pasado
ocupara su lugar.
Cerca de ellos un anciano pedía limosna. Se veía
tan viejo y miserable que el pequeño Julius no pudo olvidarlo jamás. Sus ojos
celestes estaban teñidos de tristeza y nostalgia. Los años posteriores a aquel
día Julius volvió muchas veces al instante en que su mirada se cruzó con la del
anciano. Nunca creyó que llegaría a ver aquel mismo rostro reflejado en el
espejo.
Caminó hacia el parque, ignorando aquellas
escenas del pasado que volvían a él sin ser llamadas. Había sido un día
caluroso, de esos en que la humedad hace que la ropa se pegue al cuerpo y la
mente trabaje más lento, pero el sol ya comenzaba a esconderse tras las altas
torres que se erigían por todo Berlín, proyectando alargadas sombras sobre la
ciudad y sus alrededores.
El parque se encontraba absolutamente repleto de
gente, pero se las arregló para encontrar un lugar en uno de los bancos
distribuidos a lo largo del paseo principal. No era el sitio más idóneo para la
lectura, pero prefería sentir aquel constante bullicio antes que el abrumador
silencio de su pequeño departamento.
Tan solo unas semanas atrás su médico de
cabecera, un muchacho ante sus ojos, lo había llamado a su consulta. Las
pruebas y exámenes habían confirmado el diagnóstico preliminar: tenía el mal de
Alzheimer en su etapa temprana. Luego de señalarle de modo breve el tratamiento
a seguir, el médico le había recomendado mantener su mente activa, de modo de
retrasar el mayor tiempo posible el avance de la enfermedad. A Julius Herder,
reputado antropólogo con un magíster y dos doctorados en su historial
académico, asiduo jugador de ajedrez y lector entusiasta, aquella recomendación
le pareció un mal chiste.
—Ahórrese el discurso, joven —le dijo con el
mismo tono que alguna vez usó con sus alumnos—. Sé perfectamente lo que es el
alzheimer.
Acto seguido abandonó la consulta sin siquiera
despedirse. Desde entonces había mantenido en secreto el diagnóstico,
esforzándose por retener cada recuerdo, aunque eran las cosas más recientes las
que se le escapaban, como hojas esparcidas por un viento repentino.
Lamentablemente la enfermedad parecía avanzar más rápido de lo pronosticado por
el medico. Trató de ignorarla y seguir con su vida, pero la tarde en que se
desorientó al momento de regresar a su casa supo que su vida ya no volvería a
ser la misma.
Alzó la vista y observó como un grupo de
adolescentes reía de manera escandalosa unos pocos bancos más allá. Aprovechó
la distracción para mirar el parque, aunque solo pudo ver una infinidad de
personas ocupando hasta el último centímetro de césped disponible, como si
trataran de escapar, aunque fuera por un rato, del concreto que revestía toda
la ciudad.
Volvió a sumergirse en la lectura. El autor
trataba de explicar, sin recurrir al uso de formulas o conceptos demasiado
técnicos, lo que sucedía, en teoría, al interior de un agujero negro. En su
mente Julius Herder trató de imaginar una especie de abismo completamente
negro, suspendido en medio de la nada. Lo pudo ver con tal claridad que se
estremeció de solo pensar que algo así realmente pudiera existir en algún punto
del universo. Recordó, por una simple asociación de ideas, el sol negro de los
egipcios y su divinidad Atum-Ra, el guardián de la puerta que conecta con el
mundo de los dioses. ¿Que eran aquellas aberturas en el espacio-tiempo? ¿el
simple y lógico resultado del colapso gravitacional de una estrella agonizante?
¿la entrada a universos paralelos o portales que llevaban a la tierra de los
dioses?
Esto pensaba cuando percibió que el día se había
oscurecido, como si la noche se hubiera adelantado unas cuantas horas. El cielo
se había cubierto de nubes y comenzaba a soplar un viento helado que le calaba
los huesos. Se quitó los lentes, guardó el libro en uno de los bolsillos de su
abrigo y echó a andar en dirección a su hogar. Al igual que él, otras personas
habían comenzado a retirarse ante aquel imprevisto cambio climático.
En las alturas, por sobre las nubes, se sentía un
ruido similar al que hace el motor de un avión, pero cientos de veces más
intenso. ¿Se aproximaba una tormenta? Julius Herder no recordaba haber visto
ninguna información sobre aquello en las noticias. Caminó con paso lento,
observando la laguna artificial al centro del parque. Se sentía cansado y débil.
El mundo, en aquel momento, le parecía un lugar extraño. Los recuerdos, todo lo
que había sido, no parecían sino un sueño nebuloso, como si nada hubiera sido
real.
No podía perder sus recuerdos. Si los perdía
sería como si no tuviera un pasado, como si nunca hubiera existido.
Un grito lo volvió a la realidad. Algunas
personas apuntaban y miraban a las alturas con una expresión de profundo
desconcierto. En las nubes se comenzaba a formar una suerte de espiral que
giraba lentamente, y en el centro de éste había aparecido lo que al anciano le
pareció un agujero. A través de él solo se veía una oscuridad absoluta que poco
a poco iba creciendo, como si una mancha de aceite se esparciera sobre el
cielo.
Julius Herder se detuvo con la vista perdida en
aquel vacío. Sus ojos, acostumbrados a los sucesos mundanos, vieron como los
edificios comenzaban a desintegrarse cada vez con mayor velocidad, pero los
escombros no caían al suelo si no que eran absorbidos por el agujero. Pronto no
fueron solo los edificios. Los árboles, los autos, los postes de luz, incluso
las personas se elevaron impulsadas por una fuerza desconocida contra la que no
podían hacer nada. Miles de voces gritaron al mismo tiempo pero fueron
silenciadas por aquel rumor profundo que surgía de los cielos.
Entonces Julius Herder lo supo. Aquel agujero
negro que se había formado sobre la ciudad no estaba en la realidad objetiva
sino en su mente. Su mente era el universo y aquel vacío estaba absorbiendo el
mundo que había construido a través de los años: sus recuerdos. A su alrededor
la realidad se iba convirtiendo en un pálido desierto de color gris perla.
Cuando ya no hubo nada, tan solo quedó la abatida
figura de un viejo dios, ciego, sordo y mudo, sin pasado ni presente ni futuro,
condenado a deambular en la oscuridad hasta que la muerte lo borrara de la
existencia.
Hola Javier, cómo estás.
ResponderEliminarMe interesa siempre leer lo que escribes. Y me ha motivado a hacerte un par de comentarios.
Está muy bien escrito. Siento sí, que tu cuento ganaría si omites el explicar el significado de ese agujero negro (penúltimo párrafo). La imagen que compones del alzheimer ya es muy potente, toda una ciudad siendo absorbida y luego el personaje abatido sin recuerdos
El otro comentario que te iba a hacer, lo he omitido.
UN abrazo!
Muchas gracias por tu comentario, Paulo, y más aún por darte el tiempo de leer mis cuentos. Ahora, con respecto al penúltimo párrafo, lo escribí con la intención de hacer explícitas ciertas ideas que tengo con respecto a que tan real es el mundo que percibimos. No diré más para no influenciar en las interpretaciones de otros posibles lectores ;)
EliminarSobre tu comentario omitido, pues me dejas con la curiosidad. Recuerda que siempre están los DM de twitter para señalarme algo que no quieras hacer público xD
Un abrazo de vuelta
ahh perfecto!!
Eliminarjajaj, no quería jugar al misterio, pero dame un tiempo pues estoy leyendo por primera vez a Borges (me compré en baires un libro con todos sus cuentos), y quería hacer una analogía con este cuento tuyo, pero aun me falta tiempo para analizar al gran cuentista trasandino.
UN abrazo!
Quizas tomar un poco la idea de parchar los hoyos que se forman el la realidad alterandola aun mas... un poco mas de agunstia diria yo pero me gusto bastante.
EliminarUn gran cuento. Una escritura preciosista y un poso de tristeza, de estar cerca pero fuera del mundo. Sabes, leyendo este cuento he pensado en muchas figuras, personajes literarios, ajenos al paralelo de los hombres. Bien puede ser que muchos escritores tenga esa sensación y así la expresen.
ResponderEliminarLa lista es larga. Tu Julius Herder tiene tinta de tristeza, de incomprensión. Ese contraste está muy bien conseguido. La vida en la ciudad, los niños y ese Julius que vive puramente en un universo de ideas y recuerdos. ¡Qué buena metáfora el agujero nego! Julius es estepario aunque no fiero. Acepta que las cosas son como son y que no podrá cambiarlas.
Yo tampoco puede cambiar nada, amigo Javier. Por eso una parte de mí la he visto reflejada en él.
Esa ciudad medio fantasmal, casi onírica, entre nubes grises la veo yo, está perfectamente cincelada.
Un abrazo y largos cuentos como éste o como todos los que vengan mañana.
Gracias por tus palabras, Igor. Comentarios como el tuyo me motivan a seguir escribiendo y creando mundos e historias imposibles,
EliminarUn abrazo
Una gran historia, no sabia que a los dioses podía llevarles la muerte jejejjee.
ResponderEliminarHe venido a conocerte por le blog de Anescris, espero poder seguir haciéndolo. Un besazo.
Hola, Javier!! Muchas gracias por tus saludos y feliz 2014 para ti también!! Estuve perdido por mis vacaciones desde antes del año nuevo, sin Internet, y llegué hace un par de días, así que sólo ahora pude contestarte. Fue un placer nominar tu blog, no sólo por contenido, sino que siempre lo he considerado estéticamente muy profesional y bien cuidado. Se supone que iba a mandarte un correo para avisarte, así que me sorprendiste (y mucho) cuando me di cuenta que te enteraste leyendo mi Blog.
ResponderEliminarTe mando un gran saludo, y seguimos en contacto!! LDM.