jueves, 4 de julio de 2013

Cuento Breve: El Águila y el Búho


Esa noche, Quon, Ojos de Águila, siguió el sendero que llevaba a la ciudad de Lijiang, ubicada al norte de la provincia de Yunnan. Se sentía cansado y somnoliento, deseoso de encontrar un lugar donde dormir y algo con que llenar su estómago. Sus afilados ojos castaños urgaban en la oscuridad que le rodeaba, pues sabía que no había camino seguro para él. A un costado de su cintura reposaba la espada que había pertenecido a su padre, y aún antes al maestro de este, Yan-Tao. Intuía que más pronto de lo que deseaba tendría que perturbar su silencioso descanso.

A los ojos de los demás no era más que un simple mendigo, aunque su postura era orgullosa y su mirada penetrante. Conservaba los rasgos suaves de su madre, aunque endurecidos por la vida a la intemperie, escondido en los profundos valles, cobijado bajo el cielo nocturno. No podía recordar un hogar, pues nunca lo había tenido. Los ancianos, que llegaron sin ser llamados la noche de su nacimiento, predijeron que jamás conocería descanso alguno. Sus ojos, aún entonces, miraban el mundo con resignación, como un espíritu antiguo que se hubiera visto obligado a reencarnar en aquella aldea perdida entre las montañas.


Se detuvo un instante a contemplar el brillo de las casas, aún lejos, mientras las sombras se arrastraban tras sus pasos, como si buscasen engullirlo y despedazarlo. De improviso pudo percibir, a su pesar, que alguien le seguía los pasos. El silencio solo era perturbado por los rumores nocturnos, pero tras ese silencio había algo diferente, y Quon lo conocía muy bien, pues esa sensación lo había acompañado toda su vida.

En el sendero se reveló la alargada silueta de aquel a quien no hubiera querido encontrar. El sicario lo observaba desde una distancia prudente, envuelto en sombras. Se encaminó al encuentro de Quon, como si se tratara de un duelo pactado años atrás. Este lo esperó, resignado a su destino.

No hubo saludos ni ceremonia. Quon esquivó la estocada que buscaba su corazón y entonces, como si en el último momento hubiera cambiado de parecer, corrió hacia el puente que conectaba con la ciudad. Algo había en el aire que le hacía sentirse intranquilo, e iba más allá de la presencia de aquel asesino que lo perseguía incansablemente desde que tenía la capacidad de recordar.

Observó a su alrededor, buscando alguna forma de escapar, mas solo vio la espesura de la noche. En el cielo la luna hacía su habitual paseo nocturno. Un gato pardo se cruzó en su camino y lo hizo trastabillar. Se giró y bloqueó un nuevo ataque de su perseguidor, para luego deslizarse a un costado. El sicario, veloz y letal como una víbora, imitó sus movimientos como si se tratara de un juego de sombras. Quon nunca había podido ver su rostro, a pesar de que no llevaba nada que lo ocultara, como si una niebla imperceptible lo protegiera de las miradas curiosas. Lo llamaban Búho Negro, sin embargo nadie sabía nada más de él, excepto que incontables hombres y mujeres habían caído bajo el filo de su cuchillo.

Corrieron a través de la ciudad, bajo la silenciosa mirada de la luna. Era una danza de muerte, y la muerte misma los contemplaba, esperando por la ofrenda que recibiría aquella noche.

Asediado por los ataques de su rival, Quon se internó en un estrecho callejón. Búho Negro lo siguió sin prisas. La ciudad entera parecía desierta, como si la llegada de ambos forasteros hubiera desencadenado una magia antigua. Solo quedaban luces y sombras.

Entonces Quon sintió al fin el peso de los largos años huyendo y escondiéndose sin conocer el motivo. Se detuvo definitivamente y encaró a su perseguidor.

—No temo aquello que la gente teme en la noche —dijo.

La espada de Búho Negro atravesó su abdomen y Quon contempló su rostro por primera vez. Aquella cara era la suya propia, excepto por los ojos que eran del color de la noche.

Sin decir palabra alguna, enfrentado a su destino, Quon cayó inerte. Búho Negro, solo en medio de la densa oscuridad, pronto se desplomó sin vida junto a él.

Las sombras parecieron despertar de su funesto sueño y, alargándose como los tentáculos de una bestia insasiable, engulleron ambos cuerpos.

La danza del Águila y el Búho había terminado.

4 comentarios:

  1. ¡Buen cuento, Javier! (Como ya es costumbre)

    Rescato de inmediato el ambiente oscuro, pero a la vez muy cercano al wuxia que tanto te gusta. La idea (muy japonesa) de tomar a animales como representaciones de las personalidades de los personajes me parece bien lograda, en especial por las implicancias del final.

    Eso sí, se te pasó un «Asesiado» que me imagino era «Asediado» ;)

    Saludos cordiales,

    F.

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    1. Gracias por tu comentario, Felipe. Sin duda lo del "ambiente oscuro" es algo que trato de plasmar en todos mis relatos, tanto en los breves como en los de largo aliento. Sobre la historia, nació como una escena, pero pronto decidí darle la forma de un cuento breve y subirlo al blog. Y gracias también por la mención al detalle. Ya fue corregido en el texto ;)

      Abrazos.

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  2. Buen cuento Javier. Pausado, reflexivo sin llegar a ser latero, y con una atmósfera de silencio y cansancio muy bien lograda. En resumen, un relato muy tú.

    Revisa el "que se hubiera vista obligado" del segundo párrafo. Sorry, no es de criticona, pero he corregido textos toda la semana y creo que mis ojos ya quedaron configurados para buscar esas cosas :P

    Un gusto leerte :)

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    1. Gracias, Kareen. En relación con lo que mencionas sobre el texto, creo que mis cuentos reflejan demasiado bien mi propia personalidad, o al menos el estado que trato de alcanzar.
      Lo que señalas ya fue revisado y corregido ;)

      Saludos.

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