Esa noche, Quon, Ojos de
Águila, siguió el sendero que llevaba a la ciudad de Lijiang,
ubicada al norte de la provincia de Yunnan. Se sentía cansado y
somnoliento, deseoso de encontrar un lugar donde dormir y algo con
que llenar su estómago. Sus afilados ojos castaños urgaban en la
oscuridad que le rodeaba, pues sabía que no había camino seguro
para él. A un costado de su cintura reposaba la espada que había
pertenecido a su padre, y aún antes al maestro de este, Yan-Tao.
Intuía que más pronto de lo que deseaba tendría que perturbar su
silencioso descanso.
A los ojos de los demás
no era más que un simple mendigo, aunque su postura era orgullosa y
su mirada penetrante. Conservaba los rasgos suaves de su madre,
aunque endurecidos por la vida a la intemperie, escondido en los
profundos valles, cobijado bajo el cielo nocturno. No podía recordar
un hogar, pues nunca lo había tenido. Los ancianos, que llegaron sin
ser llamados la noche de su nacimiento, predijeron que jamás
conocería descanso alguno. Sus ojos, aún entonces, miraban el mundo
con resignación, como un espíritu antiguo que se hubiera visto
obligado a reencarnar en aquella aldea perdida entre las montañas.
Se detuvo un instante a
contemplar el brillo de las casas, aún lejos, mientras las sombras
se arrastraban tras sus pasos, como si buscasen engullirlo y
despedazarlo. De improviso pudo percibir, a su pesar, que alguien le
seguía los pasos. El silencio solo era perturbado por los rumores
nocturnos, pero tras ese silencio había algo diferente, y Quon lo
conocía muy bien, pues esa sensación lo había acompañado toda su
vida.
En el sendero se reveló
la alargada silueta de aquel a quien no hubiera querido encontrar. El
sicario lo observaba desde una distancia prudente, envuelto en
sombras. Se encaminó al encuentro de Quon, como si se tratara de un
duelo pactado años atrás. Este lo esperó, resignado a su destino.
No hubo saludos ni
ceremonia. Quon esquivó la estocada que buscaba su corazón y
entonces, como si en el último momento hubiera cambiado de parecer,
corrió hacia el puente que conectaba con la ciudad. Algo había en
el aire que le hacía sentirse intranquilo, e iba más allá de la
presencia de aquel asesino que lo perseguía incansablemente desde
que tenía la capacidad de recordar.
Observó a su alrededor,
buscando alguna forma de escapar, mas solo vio la espesura de la
noche. En el cielo la luna hacía su habitual paseo nocturno. Un gato
pardo se cruzó en su camino y lo hizo trastabillar. Se giró y
bloqueó un nuevo ataque de su perseguidor, para luego deslizarse a
un costado. El sicario, veloz y letal como una víbora, imitó sus
movimientos como si se tratara de un juego de sombras. Quon nunca
había podido ver su rostro, a pesar de que no llevaba nada que lo
ocultara, como si una niebla imperceptible lo protegiera de las
miradas curiosas. Lo llamaban Búho Negro, sin embargo nadie sabía
nada más de él, excepto que incontables hombres y mujeres habían
caído bajo el filo de su cuchillo.
Corrieron a través de la
ciudad, bajo la silenciosa mirada de la luna. Era una danza de
muerte, y la muerte misma los contemplaba, esperando por la ofrenda
que recibiría aquella noche.
Asediado por los ataques
de su rival, Quon se internó en un estrecho callejón. Búho Negro
lo siguió sin prisas. La ciudad entera parecía desierta, como si la
llegada de ambos forasteros hubiera desencadenado una magia antigua.
Solo quedaban luces y sombras.
Entonces Quon sintió al
fin el peso de los largos años huyendo y escondiéndose sin conocer
el motivo. Se detuvo definitivamente y encaró a su perseguidor.
—No temo aquello que la
gente teme en la noche —dijo.
La espada de Búho Negro
atravesó su abdomen y Quon contempló su rostro por primera vez.
Aquella cara era la suya propia, excepto por los ojos que eran del
color de la noche.
Sin decir palabra alguna,
enfrentado a su destino, Quon cayó inerte. Búho Negro, solo en
medio de la densa oscuridad, pronto se desplomó sin vida junto a él.
Las sombras parecieron
despertar de su funesto sueño y, alargándose como los tentáculos
de una bestia insasiable, engulleron ambos cuerpos.
La danza del Águila y el Búho había terminado.
¡Buen cuento, Javier! (Como ya es costumbre)
ResponderEliminarRescato de inmediato el ambiente oscuro, pero a la vez muy cercano al wuxia que tanto te gusta. La idea (muy japonesa) de tomar a animales como representaciones de las personalidades de los personajes me parece bien lograda, en especial por las implicancias del final.
Eso sí, se te pasó un «Asesiado» que me imagino era «Asediado» ;)
Saludos cordiales,
F.
Gracias por tu comentario, Felipe. Sin duda lo del "ambiente oscuro" es algo que trato de plasmar en todos mis relatos, tanto en los breves como en los de largo aliento. Sobre la historia, nació como una escena, pero pronto decidí darle la forma de un cuento breve y subirlo al blog. Y gracias también por la mención al detalle. Ya fue corregido en el texto ;)
EliminarAbrazos.
Buen cuento Javier. Pausado, reflexivo sin llegar a ser latero, y con una atmósfera de silencio y cansancio muy bien lograda. En resumen, un relato muy tú.
ResponderEliminarRevisa el "que se hubiera vista obligado" del segundo párrafo. Sorry, no es de criticona, pero he corregido textos toda la semana y creo que mis ojos ya quedaron configurados para buscar esas cosas :P
Un gusto leerte :)
Gracias, Kareen. En relación con lo que mencionas sobre el texto, creo que mis cuentos reflejan demasiado bien mi propia personalidad, o al menos el estado que trato de alcanzar.
EliminarLo que señalas ya fue revisado y corregido ;)
Saludos.