Isaías Monterros siempre
fue un viejo solitario e irritable. Vivía en una antigua casa de dos
pisos, toda derruida por los años de deterioro y abandono. Nunca
había parecido interesado en pintar la fachada o podar la maleza del
patio, de modo tal que esta había crecido a su antojo, otorgándole
al lugar un aspecto sombrío y ominoso. Los vecinos evitaban
compartir con él, extendiendo su recelo a los más pequeños,
quienes veían en el anciano a un ser repulsivo, protagonista de
rumores terribles.
Se comentaba que Isaías Monterros guardaba los cuerpos de su esposa e hijos en algún lugar de la casa, muertos largo tiempo atrás. Claro está que estas historias no tenían fundamento alguno, pero todos las creían como si fueran una verdad irrefutable. Lo cierto es que el propio anciano no se esforzaba por contradecir ninguno de estos rumores.
Se comentaba que Isaías Monterros guardaba los cuerpos de su esposa e hijos en algún lugar de la casa, muertos largo tiempo atrás. Claro está que estas historias no tenían fundamento alguno, pero todos las creían como si fueran una verdad irrefutable. Lo cierto es que el propio anciano no se esforzaba por contradecir ninguno de estos rumores.