jueves, 7 de marzo de 2013

Cuento Breve: Un Extraño en la Puerta


Cenaban en silencio alrededor de la mesa. La noche se asemejaba a otras noches, aunque algo había distinto esta vez; la oscuridad era más densa, el frío más penetrante, los sonidos más apagados.

Era una familia de cuatro miembros: el padre, la madre, la abuela y un hijo pequeño.

Una lámpara ubicada en un rincón iluminaba la habitación, un cuarto pequeño y austero, apenas decorado con unas pocas pinturas de segunda mano. Las cortinas que cubrían las ventanas estaban sucias y desgastadas. En el exterior se podía escuchar el rumor del viento, a veces más fuerte, otras apenas perceptible. Junto a la puerta, recostado cerca de una estufa, dormitaba un viejo gato gris.

El padre, un hombre de unos cincuenta años, parecía muy cansado. Toda su postura era la imagen de alguien derrotado por la rutina, la imagen de alguien que ya ha dejado sus sueños atrás y solo busca sobrevivir un poco cada día. Junto a él, su mujer apenas si probaba bocado. Aparentaba, en verdad, mucha más edad de la que tenía. Sus ojos, rojos e hinchados y surcados por profundas ojeras, estaban extraviados en cualquier parte. La abuela, al otro costado del padre, tenía la vista fija en su plato, y aunque comía, lo hacía con gesto mecánico, desganado. El hijo, un enjuto chiquillo de unos diez años, no hacía nada más que mirar un viejo reloj de péndulo que colgaba de la pared, como si el constante Tic Tac lo mantuviera hipnotizado. Se veía demacrado y enfermo, a pesar de que su rostro, en aquel momento, era sereno.

De repente, en medio del murmullo del viento y el Tic Tac del reloj, tres golpes retumbaron en la habitación.

El padre, sin apuro, se puso de pie y se dirigió hacia la puerta de entrada.

—No abras —le dijo la abuela, sin embargo, ya era tarde. La puerta se abrió y en el umbral apareció la figura de un hombre vestido completamente de negro. En el lugar del rostro no había nada, excepto por una oscuridad aún más impenetrable que la noche.

El gato, aterrado, bufó y huyó hasta perderse en el fondo de la casa. La abuela se tapó el rostro y la madre comenzó a sollozar en silencio.

—Aún es muy pronto —dijo el padre. El extraño visitante, ignorando sus palabras, ingresó al hogar y se sentó en un sillón, donde se quedó esperando, silencioso.

La puerta volvió a cerrarse y el padre, resignado, regresó a su lugar en la mesa. El niño por su parte no pareció fijarse en el desconocido o, al menos, no hizo nada al respecto. A su lado había dos puestos más con sus respectivos servicios, pero las sillas estaban vacías.

—No es justo —volvió a decir el padre. Parecía luchar por no quebrarse frente a aquel extraño—. No es justo —repitió, la voz se quebró y no dijo nada más.

El visitante se puso de pie y caminó hasta el comedor. Todos bajaron la vista, excepto por el niño que lo miró fijamente, apartando los ojos del reloj. La mano del desconocido tomó la suya con suavidad y lo llevó hasta la salida.

—Por favor, no —suplicó por primera vez la madre—. Él no.

Sin embargo, la puerta se abrió y ambos, el extraño y el niño, salieron al exterior. Ya no había viento ni ningún otro ruido, excepto por el persistente sonido del reloj: TicTac TicTac TicTac.

El padre, liberándose de su estupor, se levantó y corrió hacia la puerta. En la calle ya no había nadie, solo la noche envuelta en tinieblas.

En el interior de la casa, sobre la pared, el reloj de péndulo se había detenido por completo.

11 comentarios:

  1. El cuento me parece bien, las descripciones un poco gratuitas. El inicio podría ser mejor "Cenaban en silencio" le da mayor dramatismo "una familia cenaba" no tiene mucho que ver con el género. Hay un pequeño error en la cantidad de familiares (cuantro) Y da la impresión de que el desconocido no lo era tanto, pues ya lo conocían, lo esperaban de hecho, les era familiar, no para uno, sino que para todos, ahí deja de ser desconocido, se deja entrever alguna relación, un pacto, un trueque, qué sé yo. Pero era una situación que ya se había presentado. La idea me parece interesante, pero aún por desarrollar, le falta algo...

    ResponderEliminar
  2. ¡Buen cuento, Javier!

    Creo que el ambiente es adecuado, aunque el tema del TicTac (junto y en cursiva) me molestó un poco. De hecho, y considerando que la historia gira en torno a la muerte, ocuparía algo así como: «tic... tac» y luego cada vez más rápido: «tic, tac» «tic-tac». Esto crearía el efecto de la muerte que se acerca cada vez más rápido, que es el efecto deseado de esta narrativa.

    Saludos cordiales,

    F.

    ResponderEliminar
  3. tic tac...los relojes de péndulo son los que pueden captar la atención de un niño mientras está en el comedor y quizás podría estar concentrado en el movimiento del péndulo y el sonido taan taaan que da sonar cada hora

    suerte y editelo!

    ResponderEliminar
  4. Lo que yo eché en falta fue más grasa, la suficiente como para que pudiera sentirme compenetrada con esta familia más allá de lo que insinúan sus silencios y omisiones. No sé si eso tendrá que ver con la extensión del texto o con el género en que se enmarca, pero de pronto me sentí leyendo un cuento de esos como Chéjov -aunque quizá sin tanto pulido aún, claro- que son buenos en su forma pero que de repente te dejan con gusto a poco.

    En breve, lo que me pasó fue que llegué al final sin lanzar un garabato por la partida del niño. No me dolió que fuera a morir, porque sólo lo leí atento ante el reloj... Por ahí va mi opinión. Como dice la Leslie, pégale una edición o, derechamente, una reescritura ;)

    Yís.

    ResponderEliminar
  5. ¡Ese reloj maldito! El visitante se lleva al único que miraba el mundo. Los otros ya habían sido barridos...
    Buen cuento que se lee como un soplo, helado y triste.
    Saludos.
    ¡¡¡Me alegra verte en activo!!

    ResponderEliminar
  6. Me gustó la imagen de la Muerte. Buen relato.

    Blood

    ResponderEliminar
  7. Estupendo cuento, cortito pero sustancioso, con una buena atmosfera a pesar de las pocas palabras utilizadas.

    saludos.

    ResponderEliminar
  8. Cuando el hombre abre la puerta y la anciana le dice que no lo haga, ese “No abras” de la anciana suena muy apagado, en vez de sonar a advertencia (pero puede que sólo sea cosa mía). En general, me da la impresión, este relato no tiene la fuerza que tú le sueles dar a tus historias. Sentí algo similar a lo que Paula comenta.

    ¡Saludos, Javier!

    ResponderEliminar
  9. No he leído otra cosa tuya, pero coincido con algunos que opinan que los diálogos necesitan énfasis, para darle más fuerza de acuerdo al entorno que narras...
    Seguiré por aquí un rato
    gracias por seguir mi blog
    saludos
    carlos

    ResponderEliminar
  10. sin dudas hay cosas muy buenas que leer en este blog.
    con tu permiso te sigo.
    carlos

    ResponderEliminar