Aquella noche, Efraín Valbaler se dispuso a morir. A sus noventa años, la
vida se había convertido en una carga que ya no deseaba sostener más tiempo. Se
sentía cansado. Hacía mucho que la salud lo había abandonado. Sufría de
incontables achaques. Su vista ya no funcionaba bien, sus piernas apenas
aguantaban un par de pasos y los huesos le dolían la mayor parte del tiempo.
Impedido de leer, de caminar, de perderse una noche de lluvia en el amplio
valle ¿Qué sentido tenía su existencia?
Ahora, sentado frente al calor de
la chimenea, en una amplia habitación sumida en una agradable semi penumbra, recordaba
su pasado, que se desplegaba en su mente con asombrosa claridad. El olor a madera
quemada lo hacía sentirse sereno, pues le recordaba las largas jornadas al
descampado, con la única compañía de una fogata.