domingo, 10 de enero de 2016

Cuento: Nicolás Kafkis


"El hombre que conoce la verdad está más allá del bien y del mal. El hombre que conoce la verdad ha comprendido que la ilusión es la realidad única y que la sustancia es la gran impostora." 

H.P. Lovecraft


Cuan agobiante resulta a veces el mundo. Probablemente esta simple frase la han dicho y pensado muchos con anterioridad, pero en este momento en particular, mientras observo el sofocante cielo gris sobre mi cabeza, no puedo evitar pensar que he llegado a un punto en que me cuestiono mi propia existencia. Puedo afirmar que ya no me siento cómodo con la vida.
Sin embargo, alguna vez fui un hombre distinto, para quien vivir era un regalo de Dios. Pero Nietzsche tenía razón ¡Dios está muerto! Y la humanidad también, aunque aún no lo sabe. La suave llovizna que cae ahora sobre la ciudad es el triste y silencioso lamento de un planeta consumido, marchito. Y somos nosotros, los hombres, el homo sapiens, quienes hemos convertido nuestro hogar en un infierno. ¡Qué irónico nombre! Homo sapiens. Hombre pensante. ¿Cuántos de quienes lean estas líneas pueden llamarse a sí mismos seres realmente pensantes, reflexivos, conscientes de sus acciones?
Quizás, si no lo hubiera conocido a él, hoy no estaría sentado en este parque, bajo esta lluvia. Solo. Aislado de todo. Tal vez sería uno más de aquellos jóvenes alegres, de sonrisa fácil, llenos de esperanza ante un mundo incierto. Pero ya es tarde para mí. 
Nicolás. Aún hoy puedo recordar sus ojos pintados con los colores del ébano. 

Nuestros caminos se cruzaron por primera vez en la escuela de psicología de la Universidad de Chile, en una época que ahora se me hace extrañamente remota. Había culminado con éxito mis estudios secundarios, obteniendo las más altas calificaciones de mi generación. Era lo que muchos adultos suelen llamar un joven modelo, aunque en realidad no era más que una marioneta de las expectativas de mis padres. En mi ingenuidad creí tener algún control sobre las decisiones que tomaba, pero cuando me topé con Nicolás tomé consciencia de que toda mi vida había transcurrido al interior de una burbuja. Estaba ciego ante las cadenas que se extendían a mi alrededor, aprisionándome a mi, a mis padres, a todos. Desde ese día nada volvió a ser lo mismo. 
Me enamoré ¡Sí! Me enamoré de sus ojos, de su cabello largo y descuidado, de su figura elegante que parecía salida de alguna novela gótica del siglo XVIII. Era un héroe trágico, oscuro, desprovisto de esa alegría frívola, superficial de nuestros compañeros de generación. No había luz en el semblante impasible de Nicolás. Su indiferencia para con sus semejantes me abrumaba, y al mismo tiempo provocaba una extraña fascinación. Si, lo amaba, pero no quiero que mis palabras se malentiendan. Mi afecto no tenía nada que ver con esa atracción carnal que muchos confunden con amor. Yo lo amaba como ama un sabio al conocimiento, como lo hace un pez con el amplio mar, como la tierra a la suave lluvia que la nutre de vida. El sentimiento que me embargaba era lo que los griegos llamaban Philos, no Eros. 
Nuestra afinidad no era manifiesta, y, sin embargo, había algo que nos conectaba. Nicolás era el mentor, versado en ciencias y saberes que para mi habría tomado toda una vida aprender. Difícil me es explicar la sabiduría que proyectaba, a pesar de su juventud. En cuanto a su propio origen no solía decir mucho, excepto que era descendiente de una familia de inmigrantes griegos que habían llegado hacía tres generaciones a las costas de Valparaíso. Si he de ser sincero, podía percibir cierta reticencia a hablar de sí mismo. Sin embargo, a mí tampoco me interesaba saber más. Mi admiración reposaba solo en Nicolás y no tenía nada que ver con la sangre que corría por sus venas.
Con el tiempo, y bajo la influencia de mi nuevo amigo, aprendí a despreciar a la sociedad moderna, la decadencia de los valores humanos, la ignorancia y trivialidad de una juventud que crecía en un mundo caótico y amoral. Dejé de frecuentar a mis antiguas amistades, que nunca fueron demasiadas. Mis padres se convirtieron, ante mis ojos desprovistos del velo que los había cubierto durante tantos años, en seres insignificantes, esclavos de fuerzas que estaban más allá de su control. 
Tomé conciencia de que si era posible romper las cadenas que nos ataban al averno diseñado por mentes humanas, pero para lograr aquello era necesario dejar atrás lo que habíamos asimilado durante toda nuestra vida. ¡Es tan fácil escribirlo, pero tan difícil de lograr! ¿Quién podría ignorar los mismísimos cimientos sobre los cuales le ha dado forma a su humanidad? ¿Qué hombre tendría el valor de dar la espalda a todo en lo que ha creído y lanzarse a las tinieblas? Solo un loco. Si. O un hombre que no debió haber nacido en este mundo.
Pero en aquellos años nuestras mentes eran jóvenes y arrogantes. Creíamos que seríamos capaces de escapar al hado de la humanidad: la ignorancia Ad eternum. La incertidumbre que nos acompaña desde el día que abrimos los ojos a este mundo hasta el momento de nuestra muerte. 
En cuanto a la psicología, no necesitamos de demasiado tiempo para darnos cuenta de que tras esos acartonados profesores, formados bajo el flagelo del mismo mundo académico que despreciábamos, no se encontraban las respuestas a nuestras preguntas. 
Nicolás sabía eso. En su mirada podía ver el resplandor de un alma antigua. Era quizás el último de los hombres verdaderos, nacido a este mundo con los ojos abiertos ¿y yo? A pesar de todo lo que había aprendido, aún seguía atado a mi pasado. He dicho que despreciaba a mis padres, a mis profesores, al mundo entero, pero carecía de la fuerza para hacer algo más. En las calles prefería bajar la vista ante los horrores que se cernían sobre mí, siempre temeroso, siempre huyendo. Refugiado en la certeza ¡la ilusión, ahora lo sé! de que yo no era como el resto de aquellos hombres.
Entre los muchos temas que abordábamos en nuestras conversaciones había uno que parecía fascinar a Nicolás: la existencia de criaturas féericas y fue esto, en definitiva, lo que terminó separando nuestros caminos. Nicolás había leído prácticamente todo lo que se había escrito en torno a estas criaturas pero los acercamientos teóricos no parecían satisfacerlo. Necesitaba comprobar, desde su propia experiencia, si había una forma de penetrar en lo que él llamaba la tierra de las hadas. Y no había mejor lugar para comenzar aquella búsqueda que en el sur de nuestro país. 
Nunca intuí que Nicolás desaparecería repentinamente, pero lo hizo. A pesar de que durante el segundo semestre prácticamente ya no asistía a clases, siempre lo encontraba urgando en la biblioteca de la universidad o leyendo oculto a las miradas de los demás en algún pasillo poco concurrido. Sin embargo, un día sencillamente no lo volví a ver. Traté de ubicarlo, pero Nicolás jamás me había dado alguna señal siquiera del lugar donde vivía. Lo único que tenía era un correo electrónico del que nunca obtuve respuesta. Y el silencio a mi alrededor entonces, cuando comprendí que no lo volvería a ver, si volvió insoportable.
Durante semanas permanecí encerrado en mi cuarto. Nadie pudo entender lo que me sucedía pues nadie sabía de Nicolás. Mas el tiempo todo lo cura, de una u otra forma. Volví a mi estado anterior o más bien me rendí ante la realidad, demasiado débil para hacer nada. Continué estudiando en la universidad, retomé mis amistades. En pocas palabras volví a adormecerme.

Pasaron los años y durante todo aquel tiempo fingí que era otra persona, pero durante las noches solía sentarme a contemplar el cielo estrellado, recordando aquello que había sido y ya no era más. Me sentía solo, como nunca lo había estado antes. Una y otra vez venía a mi memoria el rostro de Nicolás, sus ojos tristes, sus extraños saberes. El mundo se había convertido en un lugar demasiado vasto para alguien tan ínfimo como yo. Más de una vez pensé en el suicidio, pero algo me detenía. La esperanza quizás. La esperanza de volver a ver a Nicolás.
Logré terminar mis estudios y me fui a vivir solo a un pequeño departamento en el centro de Santiago. No tenía demasiadas pertenencias. Hacía mucho que había aprendido a despreciar el materialismo que, aún hoy, domina el pensamiento occidental. Mi mayor posesión eran unos pocos libros y un viejo notebook donde escribía algunas de las extrañas ideas que poblaban mi mente.
Gracias a la intercesión de mi familia encontré un trabajo de medio tiempo, lo que me permitía usar el resto de mis horas libres para leer y recorrer Santiago, siempre con la sombra de Nicolás tras mis pasos. A veces me perdía en oscuras calles y edificios deshabitados. Lo único que deseaba era un poco de silencio para pensar y recordar. 
Y mi vida podría haber continuado de esa manera durante un tiempo indefinido, sin embargo, una noche, mientras navegaba por la red sin ningún objetivo en particular, me llegó un correo electrónico. Era de Nicolás.
El mensaje en si era muy breve. Aún hoy lo recuerdo claramente:

¿Sigues igual de curioso? Por fin encontré aquello que he buscado toda mi vida. Necesito compartirlo con alguien.

Luego dejaba un número de celular y una dirección que no era de Santiago. Con un poco de investigación, y gracias a la ayuda de los mapas disponibles en la red, descubrí que correspondía a la comuna de Lago Verde, en el sur del país. 
¿Debo mencionar que abandoné la ciudad tan pronto encontré un pasaje disponible? De un momento a otro mi vida había vuelto a tomar sentido, como si hubiera despertado de un largo sueño. Todos aquellos años que habían transcurrido desde la partida de Nicolás eran apenas un recuerdo vago e impreciso. Poco me importaban mi familia, mi título o mi trabajo. ¿Como podía ignorar el llamado del hombre que me había liberado de una vida destinada a la ignorancia? Nicolás había abierto mis ojos a un mundo oculto, al que pocos hombres se atrevían a mirar. Responder a su llamado no era un deber, era un imperativo.
Los detalles de mi viaje no son relevantes. Estas notas están dedicadas a Nicolás, para que el mundo no lo olvide, así como yo no le he hecho. Sin embargo, he de admitir que me cuesta evocar algunas cosas. A partir de acá mi memoria se vuelve confusa. Recuerdo haber llegado a un solitario paradero en medio de la carretera. Vagué por días buscando una forma de orientarme, apenas probando el escaso alimento que llevaba en mi bolso, mas eso no me interesaba en lo más mínimo. El hambre, el frío, la muerte se habían convertido en meros conceptos carentes de significado para mi. Nunca tendré claro como fue que logré dar con la cabaña que mi amigo había indicado en su mensaje, pero lo hice. La recuerdo rodeada por un espeso bosque, oscuro, sofocante. Caía una tenue llovizna. No me preocupé demasiado por su estructura pero parecía llevar un largo tiempo abandonada. 
La puerta estaba entreabierta. La empujé con cuidado y entré. Oscuridad es la primera palabra que acude a mi mente para describir su interior. Aquel lugar era sombrío y el olor de la muerte lo impregnaba todo. Pude ver a Nicolás, aunque en un principio no era más que un bulto informe, en un rincón de la habitación. Su espalda y cabeza estaban apoyadas contra la pared, los ojos semiabiertos miraban hacia la entrada. Me acerqué con lentitud intuyendo lo que venía. Nicolás estaba muerto.
No podría transcribir en palabras el dolor que sentí aquella tarde. Hay aspectos de la experiencia humana que el lenguaje jamás será capaz de reflejar. Solo podría acercarse levemente a su superficie. Me arrodillé a su lado y cogí su mano. Estaba rígida y fría. Eran aquellos los mismos dedos que alguna vez habían hurgado con curiosidad en viejos libros, que habían dado vida a un sinfín de bellos y oscuros versos dignos de los poetas que los inspiraron. 
Estuve largo rato en aquella posición, sin tener conciencia de nada. La realidad se había desvanecido a mi alrededor como una fotografía difuminada. Solo estábamos Nicolás y yo. 
Cuando la razón volvió a mi, la noche ya lo dominaba todo. Extrañado, eché un vistazo a mi alrededor. Fue entonces cuando reparé en un cuaderno tirado a un costado de Nicolás. Lo recogí y comencé a hojearlo, aunque la oscuridad me impedía entender lo que estaba escrito. Busqué una vela y la encendí. El fulgor se expandió por todo el lugar, haciendo retroceder a las sombras y lo que fuera que se escondiera en ellas. Una vaga sensación de intranquilidad había empezado a dominarme, por lo que cerré la puerta de la cabaña y la tranqué por dentro.
Solo entonces pude contemplar la miseria en que se encontraba aquel lugar. ¿Cuanto tiempo había pasado Nicolás ahí? Casi no había muebles, a excepción de una mesa y un colchón fétido. En un bolso estaban algunas de sus pertenencias: un netbook, un celular apagado, algunos libros y restos de comida ya descompuesta.
¿Que era lo que Nicolás quería que viera? Volví mi atención al cuaderno. Era su letra, era él quien lo había escrito. Reconocí algunos de sus poemas, sin embargo, las últimas páginas se asemejaban más a una bitácora de trabajo o un diario de vida. Con cierta premura avancé en la lectura de aquellos textos, buscando alguna respuesta a mis inquietudes. Entonces leí algo que llamó mi atención:

Hoy le he visto por primera vez. Apareció en los lindes del bosque y solo me observó sin decir nada. Yo tampoco me he acercado, temiendo espantarlo, aunque ¿como podría espantar a una criatura magnífica como aquella? Los habitantes de esta zona estaban en lo cierto. Es muy similar a un niño, sin embargo, su rostro es como el de un viejo, aunque sin arrugas. Los Europeos los llamaron duendes, los Mapuche les dieron el nombre de Laftrache, la gente pequeña. ¡Cuan ciego ha estado el mundo todo este tiempo, empantanado en la ciénaga de la razón! Mas Urizen será pronto expulsado de su trono y la humanidad volverá a ser libre. Ahora debo esperar y ser paciente. Me dormiré con la luna observándome a través de la ventana, velando por mi sueño.

Acá estaba, sin duda, la causa de la desaparición de Nicolás. Había estado rastreando las mitologías de los pueblos más australes del país con la esperanza de encontrar algún vestigio de verdad en todas las historias que se contaban acerca de los duendes y otros seres mágicos.
Luego de esto venía un párrafo muy breve, sin ninguna referencia al día o fecha:

Nada digno de mención ha sucedido hoy, al igual que los dos días anteriores ¿acaso fue todo fruto de mi imaginación? He decidido viajar al pueblo a comprar algo de comida. Es muy probable que pase una larga temporada en este lugar. El invierno se acerca y debo estar preparado.

Un ruido extraño me distrajo de la lectura. Observé por la ventana, la misma que Nicolás había mencionado en sus escritos, y solo vi una oscuridad impenetrable. Y, sin embargo, ¡alguien caminaba en el exterior! Pude oír claramente los pasos alrededor de la cabaña ¿se trataba acaso de estos niños-ancianos sobre los que acababa de leer?
No tuve el coraje de hacer nada, excepto acurrucarme junto al cuerpo de Nicolás y esperar. No supe en que momento me quedé dormido, pero lo hice, y de manera profunda. Cuando desperté el alba comenzaba a despuntar. Fue terrible contemplar a la luz del día el estado en que se encontraba mi viejo amigo. Su rostro era una máscara descarnada de un color grisáceo. Los ojos, hundidos, habían perdido toda su belleza. ¡Que espantosa puede llegar a ser la muerte para los hombres! ¡Que cruel nuestro destino!
Olvidando mis miedos, salí al exterior. El cielo estaba teñido de un color plomizo. No había huellas ni marcas de ningún tipo, solo aquellos árboles, siempre silenciosos, siempre observando y guardando todos los secretos. Era como si decenas de ojos me vigilaran desde algún punto. Decidí reanudar la lectura de las notas de Nicolás, por lo que regresé a la cabaña.
Avancé unas páginas sin encontrar nada referente a los niños-ancianos. Las descripciones se centraban en las largas incursiones de Nicolás en los bosques y montañas, buscando alguna evidencia de que lo que había visto no era un signo de locura. Podía percibir a través de aquellos escritos su desesperación. También hacía constante referencia a su escasez de alimentos y como esto lo hacía sentir cada vez más débil. 
Me di cuenta, de pronto, que apenas quedaba una página escrita. El resto solo eran hojas en blanco. El tono de la narración había cambiado dramáticamente:

¡Que ingenuo he sido! ¡Hay cosas que los hombres jamás deberían saber! Anoche uno de ellos me ha hablado ¡Como me arrepiento de haberlo escuchado! ¡Debí arrancarme los oídos! En nuestra arrogancia, los humanos hemos creído que nuestro conocimiento de la realidad es casi absoluto y que nuestra única limitación es la tecnología. Ahora sé, con más convicción que nunca, que estábamos equivocados. ¡Somos criaturas tan insignificantes! Las cosas que ese ser me dijo, que fueron, son y serán, no las puede saber nadie más. El conocimiento es una carga terrible. Por fortuna dejaré pronto este mundo. La falta de líquido y alimento ha debilitado mi cuerpo hasta el punto de que apenas puedo escribir estas líneas, que son también mi despedida. El tiempo se encargará de barrer mi memoria y todo lo que he sido. El olvido es mi única esperanza.

Así terminaba el relato. Dominado por un extraño estado de enajenación, dejé el cuaderno a un lado, besé la frente de Nicolás y abandoné la cabaña. Luego le prendí fuego. Me quedé parado, observando como las llamas arrasaban con el lugar y aquel que había sido mi amigo y mentor. Pasaron horas antes de que todo quedara reducido a cenizas. Fue entonces cuando, al voltear hacia el bosque, me encontré con uno de esos niños-ancianos, mirándome fijamente. En ese momento la realidad pareció distorsionarse, como si su presencia afectara mis sentidos. La sangre se agolpó en mi cabeza y un persistente zumbido casi me hace perder el equilibrio. Incapacitado de moverme, y a pesar del profundo terror que me invadía, observé de vuelta a la criatura por lo que me parecieron varios minutos hasta que ésta simplemente se difuminó entre los árboles, como si no hubiera sido más que una ilusión provocada por la superposición de luces y sombras. 
Ya caía la tarde cuando llegaron unos lugareños, alarmados por el humo, que podía verse desde varios kilometros a la redonda. No negué mi autoría en relación con lo sucedido. Fueron ellos quienes me entregaron a Carabineros, los que a su vez se contactaron con mi familia. Fue así como retorné, finalmente, a Santiago.
Han tratado de convencerme de que todo lo que sucedió está en mi imaginación, de que Nicolás nunca existió. ¡Malditos psiquiatras y psicólogos! ¡Ellos no saben nada ni nunca lo han sabido! Están tan apegados a sus ridículas teorías sobre la mente y el comportamiento humanos que son incapaces de ver más allá de si mismos. Se creen dueños de la verdad, cuando lo cierto es que caminan ciegos en medio de un caos que jamás comprenderán. 
Hoy, luego de largos meses, he abandonado el hospital. Sé que ya no hay un futuro para mí, así como no lo hubo para Nicolás. Los hombres se han vuelto esclavos de sus mentiras, pero yo aún tengo la muerte. Ese es el único camino que me queda y el único que estoy dispuesto a recorrer. 
Que la humanidad se quede con sus propios demonios.

***

Tras meses de inactividad, y con un nuevo año en curso, he decido compartir con ustedes, mis imaginarios lectores, un cuento que hasta la fecha no había sido publicado en ningún sitio. "Nicolás Kafkis" es uno de los primeros relatos largos (más de 3000 palabras) que escribí en la vida (obviando, evidentemente, los borradores de El Camino de Atsu y una especie de novelette que no es digna de ser mencionada ni publicada jamás...ever), cuando recién comenzaba a tomarme en serio esto de la escritura. El primer borrador data del 2009 y fue escrito inicialmente para participar de un concurso al que, finalmente, nunca lo envié. Durante varios años guardé el original con la esperanza de poder utilizarlo algún día, no demasiado consciente de todos los errores que ahora me son evidentes. Incluso tuve la osadía de mandarlo a una convocatoria para una antología local de cuentos fantásticos, siendo rechazado por los organizadores de la misma. En ese entonces no entendía lo que había pasado pues, a mis ojos, el cuento era bastante bueno. Pero no, no lo era. Ni de cerca.
En primer lugar padece de un GRAN y OBVIO defecto, muy característico de un autor con poca experiencia: imitar la voz y el estilo de nuestros referentes. En este caso "Nicolás Kafkis" es un cuento que recuerda mucho a Poe y a Lovecraft (autores que leía harto en esa época), aunque en una escala mucho menor. Es similar a lo que le sucedía al mismísimo Lovecraft con sus primeros cuentos, lo que lo llevó a renegar de su obra más temprana. 
Si he de ser sincero, en aquel entonces buscaba sonar como Poe porque creía que Poe era lo máximo a lo que un autor podía aspirar. Poe era sinónimo de calidad literaria. Hoy el autor de The fall of the house of Usher sigue, y seguirá siendo, uno de mis principales referentes pero ya no busco ni espero sonar como él.
Un segundo gran defecto del cuento, y que logré corregir un poco luego de revisarlo y editarlo, es el lenguaje sobrecargado y el excesivo uso de barroquismos, lo que incluso hacía que fuera cansador de leer. Además, la ejecución y la historia no están para nada bien logradas. El final se siente apresurado, algo característico de mis primeros relatos, y algunas cosas simplemente no encajan bien. Obviamente también hay muchas cosas rescatables, pero no suficientes para hacer de este un cuento que me haga sentir orgulloso en la actualidad.
¿Y por qué hago todo este análisis, se preguntarán ustedes? Pues porque hasta hace unos meses creía que "Nicolás Kafkis" tenía potencial para ser incluido en una próxima antología de relatos, una que diera cuenta de mi crecimiento como autor, pero lo cierto es que cada vez que he vuelto a leer y revisar el relato siento que representa una etapa anterior, una en la que aún me esforzaba demasiado por sonar como otros autores. En ese sentido "Nicolás Kafkis" hubiera encajado mucho mejor en El Dios Dormido, donde reuní la mayoría de mis primeros relatos, y no en una publicación que de cuenta de mi estilo e intereses actuales.
Así que acá les dejo la versión corregida para que ustedes se hagan su propia opinión. Hace unos días Felipe (que, a propósito, estrenó nuevo blog) me decía que el cuento tenía varias cosas destacables pero, no sé, a estas alturas prefiero enfocarme en escribir cosas nuevas en vez de seguir editando relatos viejos. En cualquier caso, si tienen algún comentario o crítica no duden en escribirla en los comentarios.
Espero pronto traer nuevas noticias.

Saludos

J.

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